La crisis de las instituciones en México
Javier Orozco Alvarado
Mucho se ha insistido en una importante cantidad de medios de comunicación, en revistas, entrevistas, libros y electrónicamente; que en nuestro país vivimos en un Estado fallido. Y es que realmente el Estado es el conjunto de todas las instituciones que conforman nuestra propia sociedad, como son las instituciones educativas, la familia, el matrimonio, el ejército, la policía, los partidos políticos, las ONGs, las empresas, los bancos, etc., etcétera.
Desde hace ya varios años, nuestras instituciones entraron en crisis a causa de su mala dirección, su mala gestión y su mala administración. Simplemente, cuántos casos no existen sobre defraudación a los ahorradores en México o la existencia de empresas fantasmas que ganan licitaciones como proveedoras de gobiernos de todo tipo.
Es más, quien podría dudar de que una de las instituciones que han sido de las más sólidas a lo largo de la historia, como es la familia, están en plena crisis de valores, de cohesión e identidad. Hoy existen, cada vez más, familias en las que se violan niños, se ejerce violencia hacia las mujeres, se excluye al más débil y se vive en la extrema pobreza.
Hemos, igualmente, llegado a padecer el absurdo de la colusión entre policías y ladrones para atentar y despojar impunemente a la población. Hoy ni instituciones tan sólidas como el ejército escapan a la violencia del crimen organizado.
La realidad es que en nuestro país se ha perdido toda legitimidad, toda legalidad y toda posibilidad de marchar hacia adelante, de tener instituciones sanas; todo, prácticamente todo, está corrompido. Por eso, la ciudadanía no cree en nada. No cree ni en los gobiernos ni en los partidos políticos. Es más, no cree ni en los políticos. Es tan así que, recientemente, por lo menos en Jalisco, la gente mostró sus inclinaciones por los nuevos partidos, no por los viejos; por los candidatos independientes, no por los tradicionales.
Esto es sólo el reflejo de la descomposición interna de los partidos, en los que las decisiones se toman no a partir de los consensos internos sino a partir de los intereses externos; por eso ha crecido cada vez más la antipatía de los propios militantes a las decisiones autoritarias o no consensuadas.
La educación y sus instituciones también están en crisis, no sólo porque ha aumentado el burocratismo sino porque predomina ahora la endogamia, el eficientismo y el autoritarismo. Las reformas deberían ser el producto de multitud de acuerdos no de decisiones autoritarias; por eso, los Congresos están en crisis porque no representan los intereses de los ciudadanos.
En fin, hasta la educación universitaria está en crisis, no sólo porque ahora pretendemos que nuestros alumnos sean todos autodidactas, sin haberles enseñado antes el amor a la patria, a sus instituciones, a la familia, a la naturaleza, a la verdad y aun a su propia especie. Hemos formado para el mercado un importante “capital humano”, pero no un mejor ser humano. Seguramente es ahí donde radica el origen de nuestra grave crisis institucional; en el deterioro de nuestra educación.