La guerra mediática de la política
Javier Orozco Alvarado
El pasado domingo 9 de septiembre se llevó a cabo el segundo debate entre los dos candidatos por la presidencia de los Estados Unidos, la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump. Aunque este acontecimiento es algo que al común de los mexicanos poco les interesa; para quienes tiene mayor relevancia es para algunos políticos, los intelectuales y una parte de los sectores medios de la sociedad que tienen algún interés por los temas de política internacional.
Por eso, algunos de estos sectores estuvimos pendientes de los resultados del debate, porque de ello ha dependido en los últimos días la recuperación del peso frente al dólar, dependen los probables escenarios futuros para la economía de nuestro país y el futuro de los migrantes musulmanes, latinos y mexicanos.
La impresión de muchos analistas, tanto en México como en los Estados Unidos, es que Hillary sigue encabezando las preferencias entre los electores de ese país; sobre todo porque las acusaciones y la guerra mediática en contra de Donald Trump han comenzado a surtir efecto en las preferencias electorales a favor de la candidata demócrata.
A dichas acusaciones, que no son infundadas, sobre su falta de respeto y su misoginia hacia las mujeres, se agrega el maltrato a sus trabajadores y sus delitos por evasión fiscal. De hecho, se rumora que tanto los expresidentes, como la élite política de su partido y un importante sector de artistas e intelectuales están en contra de su postulación y de la posibilidad de que llegue a ocupar la presidencia de ese país.
A todos esos escenarios en contra, hay que agregar que en los dos debates Trump ha demostrado una enorme incapacidad para articular un discurso, un lenguaje y un contenido sustancioso a las preguntas que se le formulan. En los dos debates ha demostrado que no tiene una idea clara de todo lo que tiene que ver con política exterior, comercio internacional, desarrollo económico y desarrollo humano. A pesar de sus grandes fortunas no está preparado para gobernar un país tan poderoso e importante como los Estados Unidos; ha dejado muy clara la gran diferencia que hay entre ser académico, político o empresario. Pues así como tener una profesión no garantiza el éxito económico; tener dinero no garantiza tener educación, conocimientos y cultura. Su incultura se nota hasta en su pobre lenguaje para opinar o articular palabras.
Por eso, hasta sus correligionarios están apenados de tener un candidato de la talla de Donald Trump, a quien han retirado todo su apoyo y casi sugieren que se retire de la contienda para evitar mayores consecuencias futuras para el partido republicano.
Y es que el electorado se está dando cuenta que la incultura de Donald Trump contrasta con la preparación académica de Barack Obama, quien es doctor en derecho; o con Hillary Clinton, quien tiene una larga formación política, no sólo porque fue la primera dama, sino porque ha sido senadora y secretaria de Estado en ese país.
Esa es la razón por la que, a diferencia de Donald Trump, conoce la problemática social, racial y étnica, así como los temas relacionados con la política económica y la seguridad nacional e internacional.
Aunque ambos políticos han empleado todos los medios a su alcance para debilitar la imagen de uno y otro, es evidente que los escándalos y la falta de ética del candidato republicano han sido peor vistos que los que se le atribuyen a Hillary Clinton, quien borró mas de treinta mil correos de su cuenta para ocultar secretos personales o, posiblemente, de Estado.
Lo cierto es que la política se ha convertido no en la búsqueda del bien común, sino en la posibilidad de obtener los mayores beneficios personales y favorecer a quienes respaldan a los candidatos o a quienes hacen fuertes inversiones en las campañas de los mismos para en el futuro cobrar todas y cada una de las facturas. Y mientras tanto, en la lucha por el poder, los contrincates recurren a las más variadas estrategias de guerra sucia para desenmascarar la falta de ética y de valores que caracterizan a quienes dicen representarnos. En fin esa guerra es un asunto que les compete hoy por hoy a los norteamericanos; lo cual no quiere decir que nosotros no lo hemos vivido o que no lo volveremos a ver el próximo 2017 y 2018 en México.