Reflexiones cotidianas
Pitágoras y los misterios egipcios
Primera parte
Se sabe que muchos maestros realizados o ascendidos, antes de su entronización o iluminación fueron a Egipto a estudiar los misterios iniciáticos. ¿Qué conocimientos, sabiduría o rituales poseían los egipcios que tantos maestros, sobre todo muchos filósofos y pensadores griegos fueron a beber de esa sabiduría de Ra, Osiris o de Hermes Trismegisto? Después Jesús pasó por esas escuelas herméticas o iniciáticas y no sólo egipcias también de la India y de otras escuelas esotéricas.
Esa sabiduría egipcia se pierde en las tinieblas del tiempo, diez mil o más años antes y tan avanzada estaba que muchos filósofos griegos fueron a beber de ella. La doctrina egipcia ya concebía al hombre como un ser tripartito; posee un cuerpo –“khet”-, un espíritu –“ka”- y un alma –“ba”-, siendo “ka” la inteligencia divina que anima a toda criatura viviente, y el “ba” la personalidad espiritual, la voluntad, el alma humana. Estas concepciones influyeron en los misterios griegos de Eleusis, influencia que viene a demostrar una profunda acción de la mística egipcia en la realidad y el pensamiento griegos. Realmente las ideas osiríacas se imponen por completo a los misterios griegos y les transmiten la concepción egipcia del alma y de la vida del más allá. Los misterios de Eleusis enseñan que el alma sigue exactamente la suerte de Dionisos: vive primero en el Uno, y luego, mezclada con la materia, adquiere conciencia de sí misma asociándose a una personalidad humana, para volver después de la muerte a Dionisos y fundirse con él en el reino de los espíritus. Este es el mismo el destino que los egipcios le asignan al alma.
Pitágoras es uno de esos sabios que viajó a Egipto para ser instruido e iniciado en esos misterios sagrados. Se cuenta que Pitágoras fue hijo de una acaudalado comerciante de sortijas de Samos y su madre una hermosísima mujer llamada Pharthenis. Luego de nacer, sus padres llevan a Pitágoras con una pitonisa de Delfos, quien les pronostica que su hijo será útil a la humanidad de entonces y la de todos los tiempos. Al cumplir un año, el hijo es llevado al templo de Adonai, en una región apartada de Líbano para que recibiera las bendiciones de manos del sumo sacerdote. El sacerdote pronostica casi lo mismo que la pitonisa y les dice: “Oh orgullosos padres de Jonia, su hijo será grande por su sabiduría, deben ser conscientes de que los griegos son dueños de una de las ciencias de los dioses, pero la verdadera, la de dios está solamente en Egipto.”
Con el paso del tiempo, Pitágoras es admirado por apuesto, mesurado, justo, observador y de inteligencia sumamente brillante. Como otros maestros, Pitágoras sobrepasa a sus instructores y se sumerge en las agitadass aguas de la búsqueda interior y sostiene que todo lo que le rodea y ve y hasta lo que no puede apreciar por los órganos de los sentidos, tienen razón de ser y nada es gratuito o inútil en el universo. De tal suerte que no sólo es un hombre de ciencia, sino un ser humano religioso y un místico.
Como su madre siempre le recuerda las palabras del sumo sacerdote del templo de Adonai, Pitágoras sabe que debe ir a Egipto. Es ayudado por el dictador de Samos, Polícrates, quien le recomienda con su amigo, el faraón de Egipto llamado Amasis. Se traslada a Heliópolis, la ciudad del Dios Ra o Dios del Sol y Amasis lo presenta con los sumos sacerdotes de Menphis. Al principio los sacerdotes se resistían a admitir a un extranjero, pero por la recomendación del Faraón, lo reciben y la vida iniciática para el joven Pitágoras no fue fácil. Estos sumos sacerdotes se dedicaban a cultivar la astronomía y el ascetismo y se autodenominaban como los que ven y se defienden de las indiscreciones de la impiedad de los profanos. Con ello dan a entender que sus conocimientos son secretos, herméticos, lo mismo que sus rituales e iniciaciones a los que son sometidos sus discípulos. Luego de pasar a grandes pruebas físicas e intelectuales, finalmente los sacerdotes egipcios, aunque también había caldeos y persas, Pitágoras es iniciado en los grandes misterios egipcios y en los conocimientos verdaderos, al que no todo mundo accede. (Continuará)
Pitágoras, la pasión de Osiris
Segunda parte
El maestro de Samos, Pitágoras, fue sometido a varias pruebas iniciáticas en Egipto, una de los cuales y la más importante fue La pasión de Osiris. En esa pasión se narra cómo su hermano Seth y los demonios rojos dan muerte al Rey Osiris y no sólo lo matan, sino que descuartizan su cuerpo y lo riegan sobre las orillas del río Nilo. Originalmente Seth sólo lo había encerrado en un sarcófago y lo depositó en el río, pero como su esposa Isis fue en su búsqueda, Seth hizo que lo sacaran, lo descuartizaran y lo regaran en el río con el objetivo de que los cocodrilos lo comieran. No contó Seth que estos animales le respetaran y entonces Isis pudo recoger los fragmentos de Osiris y reconstruirlo.
En realidad esta pasión de Osiris es la pasión por la que todos debemos transitar, misma que realizó Pitágoras en su proceso iniciático. Seth representa a esos demonios, egos o yoes que han fragmentado nuestra consciencia. En la pasión de Osiris, Horus, el hijo debe dar la batalla contra Seth y sus demonios y derrotarlo para recuperar esa divinidad, la consciencia fragmentada. En la mitología egipcia, cuando Horus llegó a la mayoría de edad, se dispuso a luchar contra Seth para recuperar el trono de su padre. Pero en realidad, Horus es ese Cristo interno que debe dar la batalla contra Seth y sus demonios, contra esos agregados psicológicos que se han depositado en nuestra psique y controlan parte de nuestros pensamientos, emociones y voluntad.
Esa pasión, semejante a la que vivió Jesús, es la misma que todos los maestros trascendidos deben llevar a cabo para su realización. Idéntica batalla todos debemos llevar a cabo con el fin de liberarnos de la esclavitud del tirano. Pues bien, ese proceso lo vive Pitágoras y descubre que los dioses no son más que personificaciones (se refiere a los diversos dioses imperantes en esa época), por lo que es más importante descubrir el Khe peru, es decir la esencia. Entender que somos una esencia divina, una esencia que pertenece a Dios, no el ego y que Dios habita en nuestro interior, además sabe que es inmortal.
A estas alturas el maestro griego se hace la siguiente pregunta: ¿Qué sucede con la muerte? Para ello los egipcios tenían sendos conocimientos de estos misterios, contenido en El Libro de los muertos. Los egiptólogos le denominan también «Libro de la Salida al Día» o «Libro de la emergencia a la luz». Este consistía en una serie de sortilegios mágicos destinados a ayudar a los difuntos a superar el juicio de Osiris, asistirlos en su viaje a través de la Duat, el inframundo, y viajar al Aaru, en la otra vida y ayudar al faraón muerto a ocupar su lugar entre los dioses, en particular a reunirse con su padre divino Ra.
Pitágoras descubre que cuando la muerte se aproxima y está en agonía el alma presiente su cercana separación del cuerpo. En ese momento vuelve a ver toda su existencia terrestre en una rápida sucesión, pero en la que no pierde detalle, y además es asombrosamente clara. Aquí pueden ocurrir dos situaciones: si su consciencia es pura y santa, sus sentidos espirituales despertarán por la desintegración gradual de la materia o cuerpo, y sentirá la presencia o existencia de otro mundo. Cuando al fin se libera del frío cadáver, se dirigirá hacia la gran luz a la que pertenece. En otro aspecto, si es un humano ordinario y vulgar, sin trabajo espiritual, sólo gobernado por sus instintos materiales, entonces sentirá como si acabara de despertar de una pesadilla, pero ya no puede asir los objetos a los que estaba acostumbrado ni a escuchar su voz. Se encuentra en el limbo de las tinieblas y espantado por lo que vive sufre en el caos total. La duración de este tormento dependerá de la fuerza de los instintos del alma. Si el alma adquiere consciencia poco a poco de su nuevo estado podrá salir de ese espacio de tinieblas, en una dura batalla y, subirá escalón por escalón hasta liberarse de la atracción terrestre. Continuará
La Academia Pitagórica
Tercera parte
“Hagan germinar el alma por la meditación y lograrán el ascenso como por las alas del águila.” Pitágoras
Además de sus procesos iniciáticos y conocimientos esotéricos, Pitágoras profundiza en la sagrada matemática, la ciencia que forman los números en sus infinitas expresiones y sus relaciones con los principios universales. Para ello recibe las influencias de uno de sus maestros más importantes llamado Moscos. Es un descendiente directo de Moisés y Moscos junto a otros maestros y sacerdotes egipcios lo adentran en la comprensión y el conocimiento de una antigua raza proveniente de la Atlántida. De ella obtiene la ilustración para descifrar los jeroglíficos de las columnas de los templos de Sais y Menphis, de donde extrae la semilla de la Geometría y el Antiguo Testamento.
Cuando Pitágoras decide retornar a su patria, Egipto es invadido por el Rey Persa Cambises II. Ahí presencia con horror el saqueo de Menphis y Tebas, la destrucción de Helenia, además de la ejecución del Faraón Psamético y su familia. Una vez conquistado el país, Cambises decide desterrar a los sacerdotes sobrevivientes y al mismo Pitágoras a Babilonia. Pitágoras no desaprovecha esta circunstancia y durante los doce años que pasa en Babilonia aprende los misterios de Mesopotamia, entrando en contacto con científicos de China e India, hecho que le marcan un fuerte misticismo oriental. Pero además tiene acceso a la sabiduría de los magos y maestros herederos de Zoroastro, así como a los antiguos conocimientos arcanos de la magia blanca.
Luego de pedir perdón y permiso al rey de los persas, Pitágoras regresa a su natal Samos. Como la encuentra bajo el yugo de la tiranía y los templos y escuelas están cerrados, junto con su madre se dirige a Grecia, pero su intención es llegar a Delfos, hermosa ciudad situada al pie del monte Parnaso y que además es famosa por su oráculo en honor al dios Apolo. Es además el lugar más sagrado y santo de Grecia, no obstante, antes recorre otros templos existentes en el país. Al llegar a Delfos ora ante el templo de Apolo, el único que no está manchado de sangre, porque en los otros las personas les ofrecen sacrificios con animales. Pitágoras sólo lo venera con un toro elaborado con pasta.
Antes de entrar al templo, Pitágoras encuentra dos sentencias: “Conócete a ti mismo” y “No se aproxime quien no sea puro”, dos frases con mucho significado indicando que dentro del templo sólo reina la verdad de Dios y todo lo que hay a su alrededor es totalmente puro. Aquí permanece un año instruyendo a los sacerdotes en los secretos de su doctrina y también brindando sus excelsos conocimientos a quienes acuden al templo. Con gran entusiasmo les habla de los misterios de Isis, la terrestre y la divina, a quien considera la más grande madre de los dioses y la humanidad.
Luego se dirige a Crotona en el extremo golfo de Tarento, al sur de Italia y fundada por los aqueos. Aquí ya venía precedido por su fama de sabio, por lo que las autoridades le piden que exponga algunas de sus ideas y Pitágoras prepara cuatro encendidos discursos, uno dedicado al senado, otro a los jóvenes, luego a mujeres y por último a los niños. En ellos da sendas recomendaciones morales de gran perfección y refinamiento, instando a ajustar la conducta humana a los cánones de la armonía y la justicia. Estas disertaciones calan en la sociedad crotense y el paso siguiente es fundar una academia, la academia pitagórica, que según los expertos es muy semejante a las universidades actuales. Tanto hombres como mujeres tienen la posibilidad de ingresar, pero deben someterse a ciertas pruebas, no tan duras como las egipcias, que no todos logran pasar.
En esa academia se les enseña ciencias, filosofía, artes, deportes y otras enseñanzas armonizadas con la madre naturaleza. Las pruebas son de carácter iniciático, de tal suerte que quienes logran pasarlas, son elegidos para encauzarlos a estudios más profundos, que no están al alcance de los profanos. Son enseñanzas herméticas, una de las reglas de toda escuela iniciática. Aquí conviven dos tipos de estudiantes: los externos, que regresan a sus casas después de tomar sus clases y los internos, quienes viven ahí en una especie de monasterio. Estos últimos deben realizar tres etapas: 1. El silencio, 2. La purificación, 3. La Evolución espiritual y 4. Epifanía. Continuará
Pitágoras, los tres grados: El silencio, la purificación y perfección
Cuarta parte
Las razones por las que Pitágoras eligió Crotona como sede de su academia se debieron, entre otras, a que no sólo quería enseñar su doctrina esotérica a un círculo de iniciados o elegidos, sino aplicar sus principios a la educación de la juventud e influir en la vida de la sociedad y el estado. Además de que las ciudades griegas asentadas en el golfo de Tarento eran más liberales y menos influidas por la demagogia. Pitágoras era demasiado riguroso para la admisión de alumnos y decía que “No toda la madera sirve para hacer un mercurio.” Así que luego de meses de observación y pruebas, los alumnos escogidos eran sometidos a las pruebas decisivas, una imitación menos severa que las pruebas iniciáticas egipcias.
Una de las pruebas morales consistía en encerrar al discípulo en una celda desnuda. En una pizarra le pedían que buscara el sentido de, por ejemplo: ¿Qué significa el triángulo inscrito en el círculo? Si lograba pasar todas las pruebas entonces empezaba su verdadera vida de discípulo y noviciado y ahora debía cursar tres grados: Primer grado, Preparación o el silencio, 2. Purificación, 3.Perfección espiritual, 4. Epifanía,
En el primer grado, los novicios se someten a la regla absoluta del silencio, sin derecho a realizar cualquier objeción al maestro, ni discutir sus enseñanzas. Sólo las reciben con respeto y meditando profundamente sobre ellas. Para recalcar esto se le mostraba al novicio una estatua de mujer envuelta en amplio velo y un dedo sobre los labios; la musa del silencio. El objetivo de esta práctica era para desarrollar en sus capacidades la facultad primordial y superior del hombre, que es la intuición. Aquí también se hacía honrar a la trinidad, al gran Padre/Madre y al hijo. El gran Padre llamado Júpiter, la madre Cibeles, que produce los astros o Deméter que genera los frutos y flores y a ellos el hijo debe honrar. Sobre todo se inculcaba que los diversos dioses en apariencia, eran en el fondo los mismos en todos los pueblos, sólo con diferentes nombres.
En el segundo grado, Purificación, el de los números o la teogonía. El maestro recibía al noviciado en su morada y le aceptaba solemnemente y aquí comenzaba la verdadera iniciación. En esta parte se les enseñaba de forma razonada y completa la doctrina oculta, desde los principios contenidos en la ciencia de los misterios de los números, hasta las últimas consecuencias de la evolución universal en los destinos y fines supremos de la divina psiquis o alma humana.
Esta ciencia se condensa en un libro escrito por el maestro, llamado Hieros logos, La palabra sagrada. En ella se da la clave del Ser, de la ciencia y de la vida. Esta ciencia pregona que la obra de iniciación consiste en aproximarse al gran Ser, procurando tener con él puntos de semejanza, volviéndose tan perfecto como fuera posible, dominando las cosas con inteligencia. “Vuestro propio ser, vuestra alma, ¿no son un microcosmos, un pequeño universo?, se preguntaba Pitágoras. Entonces lo que se trata es de realizar la unidad en la armonía y aquellas discordias han de desaparecer. Entonces y sólo entonces, Dios descenderá en vuestra conciencia, luego participaréis de su poder y haréis de vuestra voluntad la piedra del hogar, el altar de Hestia, el altar de Júpiter. A la gran madre, Pitágoras le dice Hestia o Cibeles, no importa el nombre, es el eterno femenino, la parte femenina de Dios, el Padre, cuyo nombre tampoco importa, puede ser Apolo o Júpiter, o Krishna. Como sostiene Pitágoras, es el mismo Dios, sólo con nombres distintos. Pues dice Pitágoras: Dios, la substancia invisible, tiene por número la Unidad que contiene el infinito, por nombre el de Padre creador o Eterno-masculino, por signo el fuego, símbolo del espíritu, esencia de todo. Este es el primer principio. De ahí que la Dyada creadora representa la unión del Eterno Masculino y del Eterno Femenino en Dios, las dos facultades divinas esenciales y correspondientes. Antes, Orfeo había expresado esta idea poéticamente en el siguiente verso: “Júpiter es el esposo y la Esposa divinas, Padre/Madre”, no como las actuales religiones del mundo pregonan sólo la parte masculina de Dios y se han olvidado del eterno femenino, la Gran Madre. (Continuará)
Pitágoras, Evolución espiritual
Quinta parte
En la escuela pitagórica, los iniciados deben pasar por tres grados, se había dicho: 1. El silencio, 2. La purificación y 3. La Evolución espiritual, pero hay uno más que había omitido y es la Epifanía. Hoy tocamos acerca la Evolución espiritual. Los adeptos, luego de haber recibido los principios de la ciencia, ahora se deben descender de las alturas, de lo alto absoluto a las profundidades de la naturaleza para comprender cómo se desenvuelve el pensamiento divino en la formación de las cosas y en la evolución del alma.
Pitágoras les explica que la evolución material y la espiritual del mundo son dos movimientos inversos pero paralelosy concordantes con toda la escala del ser. La evolución material representa la manifestación de Dios en la materia por el alma del mundo que la trabaja. En cambio la espiritual representa la elaboración de la consciencia en las nómadas individuales y su tentativa de unirse, a través del ciclo de vidas, con el espíritu divino de que ellas emanan. Ver al universo como un ser vivo, animado por una gran alma y penetrado por una gran inteligencia. De esta forma los iniciados entendían que la tierra es para nosotros la región de la vida corporal. Aquí se operan las encarnaciones y desencarnaciones de las almas. Por este planeta han pasado otras razas que han sucumbido a través de cataclismos, como la atlante. Entonces se pregunta Pitágoras ¿cuál es el grande, el punzante, el eterno misterio? Se responde que es el alma, quien descubre en sí misma un abismo de tinieblas y de luz, que se contempla con una mezcla de encanto y temor y se dice: “Yo no soy de este mundo, porque él no basta para explicarme. No vengo de la tierra y voy a otra parte. ¿Pero adónde?” He ahí la frase que estaba en el portal del Santuario de Delfos: “Hombre, conócete a ti mismos y conocerás al universo y a los Dioses.” Es el secreto de los iniciados y para penetrar a esa puerta estrecha en la inmensidad del universo invisible es necesario despertar en nosotros la vista directa del alma purificada y armarnos con la antorcha de la inteligencia, de la ciencia de los principios y de los números sagrados.
Luego preguntaba a sus alumnos: ¿qué es el alma humana? Una parcela del mundo, una brasa del espíritu divino, una mónada inmortal. Para llegar a ser lo que es ha debido pasar por distintos procesos, de mineral, a vegetal, luego animal hasta llegar a ser humano. Y cuanto más asciende la mónada en la serie de los organismos más se desarrollan los principios latentes que en ella están. Y lo más importante, en la medida que se enciende la antorcha vacilante de la consciencia esta alma se vuelve más independiente del cuerpo, más capaz de llevar una existencia más libre. De aquí deduce que el alma humana solo viene del cielo y al él vuelve después de la muerte.
Otra aspecto no menos importante al que llega Pitágoras es: “! Qué de viajes, qué de ciclos planetarios atravesar aún, para que el alma humana así formada se convierta en el hombre que conocemos! De acuerdo a las tradiciones esotéricas de India y Egipto, los que conformamos la humanidad actual hemos comenzado nuestra existencia en otros planetas, donde la materia es mucho menos densa que en la tierra. El cuerpo del hombre era casi vaporoso, sus encarnaciones ligeras y fáciles, con facultades de percepción espiritual directa muy poderosa y sutiles en la primera fase humana. En ese estado semicorporal el hombre veía espíritus, todo era esplendor y encanto y música para su audición. Oía hasta la armonía de las esferas. Pero después encarnó sobre planetas más y más densos y encarnado en una materia más densa, la humanidad ha perdido su sentido espiritual. La tierra ha sido el último escalón de este descenso en la materia, al que Moisés llama la salida del paraíso. Por ello los maestros afirman que este planeta es un planeta de contención de tanta maldad y aquí se viene a sanar el alma. Y solamente cuando el hombre adquiere por su acción la consciencia y el poder de lo divino, entonces solamente llega a ser un hijo de Dios.
De ahí que Pitágoras nos habla de esta trinidad: espíritu, alma y cuerpo. Ese espíritu, actuando en el fondo de los cielos como en la tierra debe tener un órgano; este órgano es el alma viviente, sea bestial o sublime, obscura o radiante, pero teniendo la forma humana (cuerpo), es la imagen de Dios, una emanación de Él. (Continuará)
Pitágoras, Epifanía
Sexta parte
Para Pitágoras el fin de la enseñanza no era absorber al hombre en la contemplación o en éxtasis, los verdaderos iniciados debían volverse mejores en la tierra, más fuertes y mejor preparados para las pruebas de la vida. A la iniciación de la inteligencia debía suceder la de la voluntad, la más difícil de todas. En esta etapa, la cuarta o Epifanía, el discípulo debería hacer descender a la verdad en las profundidades de su Ser y encausarla en la práctica de la vida.
Para lograr esta etapa, Pitágoras prescribía la reunión de tres perfecciones: Realizar la verdad en la inteligencia, la virtud en el alma y la pureza en el cuerpo. Ponía énfasis en el cuerpo mediante una sabia higiene y una continencia mesurada para mantener la fuerza corporal. Esto debido a que todo exceso del cuerpo deja una traza y una mancha en el cuerpo astral, organismo vivo del alma, y por consiguiente del espíritu. Se precisa que el cuerpo esté sano para que el alma lo esté. Esto significa cuidar alimentos y el uso sabio de la energía sexual, por ello uno de los requisitos para la disciplina de los adeptos es la castidad o celibato, pero trabajada científicamente.
En cuanto al alma, iluminada por la inteligencia, debía adquirir el valor, la abnegación y la fe, en una palabra la virtud y con ella forjar una segunda naturaleza que sustituya a la primera. En cuanto a la primera, la inteligencia, es necesario que el intelecto alcance la sabiduría por la ciencia, de tal modo que sepa distinguir el bien del mal y ver a Dios en el más pequeño de los seres como el conjunto del mundo. En suma, es un practicante de las virtudes y conectado con lo que en India llaman el manas superior o la inteligencia superior, conectada o proveniente de su real Ser. Esto, sin duda, tiene relación con la carta siete del tarot Egipcio, El carro del Triunfo, cuyo axioma sostiene: “Cuando la ciencia entre a tu corazón y la sabiduría sea dulce a tu alma, pide y te será dado.” Es el nivel al que han llegado los adeptos: la Epifanía.
A esta altura, el hombre es un adepto y, si posee una energía suficiente, entra en posesión de facultades y de poderes nuevos. Los sentidos internos del alma se abren, la voluntad irradia en los demás. Su magnetismo corporal penetrado por los efluvios del su alma, electrizado por su voluntad adquiere un poder aparentemente milagroso. Puede curar enfermos por la imposición de sus manos, penetrar con su mirada en los pensamientos de los hombres; en estado de vigilia logra ver acontecimientos que se producen a larga distancia.
En síntesis, el adepto se siente como rodeado y protegido por seres invisibles, superiores y luminosos, que le prestan su fuerza y le ayudan en su misión. Estos son los que se transforman en hombres verdaderos y dejan de ser simples máquinas humanas o humanoides. Es ese hombre que Diógenes, con lámpara en mano, buscaba en plena luz del día por las calles de Grecia o aquel súper hombre del que habló Friedrich Nietzsche. En la Epifanía, Pitágoras enseñaba a sus fieles aplicar su doctrina a la vida y les daba profundas y regeneradoras lecciones sobre las ilusiones y las pasajeras cosas terrestres. De ahí que el Teósofo iniciado realiza la verdad en la trinidad de su ser: Espíritu, alma y Cuerpo y en la unidad de su voluntad. Desde esa perspectiva distingue entre el bien y el mal. El mal es lo que hace descender al hombre hacia la fatalidad de la materia, mientras que el bien lo hace subir hacia la ley divina del espíritu, hacia su progresión espiritual y finalmente a su autorrealización o iluminación. Este es el más alto grado del ideal humano, es el hombre que posee el poder de la inteligencia sobre el alma y sobre el instinto, tiene el poder de la voluntad, el dominio y posesión de todas sus facultades y ha realizado la unidad en la trinidad humana. Son los adeptos, grandes iniciados, hombres primordiales, son los budas o Cristos, un anhelo al que todos debemos llegar algún día. (Continuará)
Pitágoras, la muerte de un Cristo
Séptima y última entrega*
En Crotona, Pitágoras vive los últimos treinta años de su vida y aparte de la fundación y consolidación de su escuela pitagórica, el maestro influye en la ciencia, la filosofía y en las esferas del poder y el gobierno. Y precisamente a los sesenta años Pitágoras conoce a su sacerdotisa y compañera. Ella es Theano, un joven iniciada y bella mujer que cierto día lo enfrenta y le abre su corazón. Como todo iniciado, Pitágoras sabe que para completar su obra debe contar con una pareja para trabajar en los misterios del fuego, la energía creadora.
En esos años la influencia del maestro en las ciudades próximas es de tal magnitud que lo ven como un semidiós. No lo era, pero sin duda sí un Cristo, no del tamaño de Jesús, pero al fin y al cabo un Cristo por todo su amor y sabiduría que entrega al pueblo. En este planeta han existido varios Cristos, pero hay niveles de Cristos. Su influencia se extiende, además de Crotona y sus alrededores en otras ciudades de la costa italiana.
En Crotona se gobernaba por una constitución aristocrática, dirigida por El consejo de los mil. Estaba compuesto por las grandes familias, quienes ejercen el poder legislativo y vigila al poder ejecutivo. También existen las asambleas populares pero con poderes restringidos. Pitágoras quiere que el Estado sea un orden y una armonía y por lo mismo para conciliar le presión oligárquica y el caos de la demagogia, introduce un nuevo engranaje: crea sobre el poder político un poder científico, con voz deliberativa y consultiva en las cuestiones torales y a la vez regulador supremo del Estado. Sobre el Consejo de los Mil, organiza el Consejo de los Trescientos, elegidos por el maestro y reclutados sólo entre los iniciados, una pequeña emulación del sacerdocio egipcio.
El Consejo de los Mil es una especie de orden político, científico y religioso, del cual Pitágoras es el jefe visible. Los miembros del consejo se comprometen con Pitágoras por un juramento solemne y terrible a un secreto absoluto como en los misterios iniciáticos. Esta orden pitagórica llega a tener influencias en ciudades como Tarento, Heraclea, Metaponte, Regium, Himere, Catania, Agrigente y Sybaris. A las ciudades que le llamaban para acogerse a esta forma de gobierno, las hace independientes y libres y tan bienhechora es su acción que cuando las visita, le dicen: “No es para enseñar, sino para curar”.
Pero esa influencia soberana de un espíritu libre, esa magia del alma y la inteligencia con que gobierna despierta celos, envidia, odios terribles. Durante más de 15 años reina paz y armonía, pero en Sybaris, antigua ciudad enemiga de Crotona, se genera una rebelión popular. El partido aristócrata es vencido y quinientos desterrados piden asilo a Crotona. Como Sybaris amenaza con invadir a Crotona, el ejército dirigido por un alumno de Pitágoras, el atleta Milón logra vencer a los sybaritas. No sólo eso, los soldados toman, saquean, destruyen y convirten a Sybaris en un desierto. No se puede afirmar que fue con la complacencia de Pitágoras, puesto que esas acciones eran contrarias sus principios. Más bien motivado por un ejército victorioso y con pasiones atizadas por antiguos celos y por un ataque injusto.
Esto anima a ciertos grupos que se autodenominaban democráticos a pedir el reparto de las tierras, pero también proponen arrebatar los privilegios al Consejo de los Mil, además de suprimir al Consejo de los Trescientos. Un tal Cylón, que anteriormente había sido rechazado en la escuela pitagórica por su carácter violento e impulsivo, con ansías de desquite, organiza un club opuesto a los pitagóricos. Logra atraer a los principales conductores del pueblo y los insta a expulsar a los pitagóricos. Leyendo en la tribuna extractos del libro secreto de Pitágoras La Palabra (Hieros Logos) y deformando su contenido le dice al pueblo que ese catecismo religioso es atentatorio contra la libertad. Cuestiona su autoridad, su orden de iniciados y le llama tirano. Una tarde Cylón amotinó a sus bandas y cercan la casa donde se reune Pitágoras con 40 de los principales miembros de la orden. Se cuenta que todos murieron por esas turbas y sólo logran escapar Archippo y Lysis. Así acaban con la escuela pitagórica, la orden se dispersa y aún así logran subsistir unos 250 años más.
El legado del maestro Pitágoras no muere. Sus grandes conocimientos sobre astronomía, geometría, música, religión, filosofía y misticismo son innegables y deja grandes aportaciones a la humanidad. Por eso, Pitágoras fue un Cristo, indudablemente.
*Estas entregas están basadas en los siguientes libros: Shure, Eduardo, Grandes Iniciados. Grupo Editorial Tomo, S.A de C.V., México, 1998.
Góez Pérez, Marco Antonio, Pitágoras (Colección Los Grandes). Editorial Tomo, S.A de C.V., México, 2002.